Hace una semana que agosto se despidió de nosotros, como un eco tibio que nos recuerda que incluso lo eterno también tiene fecha de caducidad. Sí, hasta las noches infinitas y los desayunos a mediodía terminan; lo cual puede parecer una tragedia, pero con olor a crema solar. Y justo ahí, cuando uno se aferra a las chanclas como si fueran reliquias, ha llegado septiembre con una invitación: la de empezar de nuevo.
El ritual de cerrar capítulos
La vuelta al colegio no es solo volver a las aulas, es una experiencia compleja. Guardar el bañador y rescatar el libro de matemáticas produce esa punzada nostálgica que mezcla lo dulce con lo incómodo. Sin embargo, también hay belleza en ese vacío: es la señal de que hemos vivido intensamente. Y que ahora tenemos la oportunidad de transformar lo aprendido en impulso para lo que viene.
El truco está en enseñar a los niños que las despedidas no son sinónimos de pérdida. despedirse con gratitud (del verano, de la libertad, de lo vivido) es un regalo. Les permite crecer entendiendo que cada etapa cuenta, y que nada se pierde si sabemos mirarlo con amor. Que incluso cerrar la puerta del verano implica abrir otras ventanas, quizá con menos sol, pero con muchísimas historias que escribir.
Septiembre como la página de una nueva historia
Septiembre no llega para borrar el verano, sino para darle sentido. Es la página en blanco que nos invita a escribir un nuevo capítulo. Cada mochila que se llena de material escolar también se llena de esperanzas. Nuevos amigos, un teorema incomprensible que, spoiler, terminará teniendo lógica, talentos ocultos que aparecen en medio de un recreo… todo eso cabe en ese comienzo que parece rutinario, pero nunca lo es.
Las familias tienen aquí un papel esencial: transformar el miedo a lo desconocido en ilusión. Tienen la misión de convertir el temido “se acabó” en un inspirador “mira todo lo que está por comenzar”.
Cómo ser el mejor compañero de viaje
- Escuchar sin prisas: cada emoción tiene derecho a ocupar espacio, desde la ilusión hasta el nerviosismo.
- Inventar pequeños rituales: un desayuno con tostadas, una nota optimista escondida entre cuadernos o esa canción pegadiza que marca el inicio del día.
- Reenfocar la narrativa: hablar no tanto de lo que se pierde, sino de todo lo que está por llegar.

Una entrada pausada, no un salto al vacío
El regreso a las aulas no tiene por qué sentirse como un abismo entre dos mundos. Puede vivirse como una coreografía gradual en el que todos los pasos están medidos al milímetro: adelantar la hora de dormir, ordenar juntos el arsenal de lápices y carpetas, fantasear con las anécdotas del primer día… Cada uno de estos gestos puede convertir la despedida en un aterrizaje suave, hasta divertido.
Solo hay que ver el mes de septiembre con otros ojos. Aprender no viene a robarnos la magia del verano; llega para recordarnos que la magia también se disfraza de nuevos comienzos, y que a veces pueden brillar con la misma intensidad que los recuerdos.
Porque no hay nada mejor que una página en blanco para escribir el nuevo capítulo de una gran historia.